Confesiones de un bebedor moderado de chacolí
Admirado director.Jorge Baldessari, que como usted sabe es artista hacedor y catador de vinos, y aunque pueda parecerlo no está loco, del txacolí dice que es un vino folclórico. La fuente de tejas que construyó junto al castillo de Frías mana agua potable, aunque a él le hubiera gustado que echara chorros de vino. Pero una fuente así acabaría siendo rendida como una bodega.
Acabo de abrir una botella de chacolí del Valle de Tobalina que me regaló este escultor que conocí en Frías, he tomado un sorbo de vino y tengo la boca bañada de un sabor ácido e inmaduro, como de fruta verde, muy agradable.
Descubrí la ciudad de Frías en la etiqueta de una botella de vino de mi infancia: el dibujo de la torre de su castillo, un trozo de la muralla dentada y los tejados de las casas. Leonor y yo llevamos diez años casados y tenemos dos hijos de nueve y siete años. Vivimos en Madrid, ella es restauradora y yo publicitario. Gracias a un viaje de tres días que hicimos a Frías el año pasado nos hemos vuelto a reencontrar en la aventura compartida del matrimonio. Atravesábamos una crisis muy seria que en este pueblo logramos superar.
Aunque a lo largo de los años me habían llegado algunas referencias suyas, volví a coincidir con la silueta medieval de Frías una de esas tardes que sales de la oficina y afectado por lo que le está ocurriendo a tu matrimonio decides regresar a casa andando y al cruzarte con la Cibeles te da por entrar en un snack a tomjar un crianza. Cogí al azar un magazine del revistero del local, era una publicación de viajes, y me reencontré con Frías. Sentí una corazonada al ver otra vez aquel castillo. La fotogafía principal que ilustraba el reportaje me devolvió a la etiqueta de aquella botella de vino "Castillo de Frías" que tenía estrellas en el cuello y veía en verano en casa de mis tíos. Leyendo el artículo decidí que podría ser bueno que Leonor y yo pasáramos juntos unos días en un lugar así y esa misma noche le propuse ir a Frías, consciente de que en aquel viaje nos la jugábamos para siempre. He pensado en un lugar que te va a encantar, le dije antes de darle el beso de las buenas noches.
La fuente hizo que Baldessari en lo alto de Frías va a quedar ahí para siempre, a no ser que le ocurra lo que a las Torres Gemelas de Nueva York, como ha permanecido el Castillo de Frías aupado sobre un penacho de piedra de toba, sobre un chorro de lava petrificado como un desafío a las leyes de la gravedad. Fue como una bendición: durante los tres días que pasamos en Frías Leonor y yo nos devolvimos la edad de los novios con acné.
Llegamos a la casa rural de Pili un miércoles por la noche, tarde y cansados, y nos acostamos enseguida. Al día siguiente madrugamos y como hacía una buena mañana decidimos dar una vuelta en coche por los alrededores. Subimos el Portillo de Busto, pasamos por la Aldea y Penches, visitamos Oña, donde compramos una bota de cuero, morcillas y chorizo, cruzamos el desfiladero de La Horadada y regresamos a Frías por Cillaperlata y Quintanaseca, sobrecogidos por los paisajes que acabábamos de recorrer.
El color de la piedra de la iglesia de San Vicente de Frías es cambiante, el sol la hace parecer amarilla o gris perla, según le caiga encima la luz. Leonor, que es muy aficionada a la historia, se emocionó cuando descubrió casualmente la cruz de los Templarios grabada en una columna exterior de la Iglesia. Siguiendo algunos folletos publicitarios que nos dieron en la oficina de turismo encontramos restos paleolíticos, celtas, romanos, visigodos, románicos, góticos y de todas las épocas hasta la nuestra, salpicando con resplandores de ruina una naturaleza feraz.
Con el paladar fresco del vino me vienen a la memoria los nombres de algunos pueblos que conocimos a lo largo de ese puente de tres días definitivo para nuestra vida en común: Montejo de Cebas, Quintana Martín Galíndez, Herrán, Lomana. A Leonor le entusiasmo el lugar y hasta divagamos con la posibilidad de comprar una casona de las muchas que hay por los contornos para restaurarla y pasar nuestras vacaciones y nuestra jubilación.
Sopesándolo con una copa de vino verde en la mano, creo que aquel viaje a Frías ha sido el mejor que hemos hecho juntos. Leonor y yo hemos viajado por medio mundo; unas veces por placer y otras por motivos de trabajo, hemos gozado juntos en París, Roma, Venecia, visitando las pirámides de Egipto y perdidos por las calles de Pekín. Pero, siéndole sincero, en ningún lugar ella ha sucumbido bajo mis brazos como en Frías. Ya arriba en la terraza de la torre del castillo, los cabellos al viento, nos besamos como Sofía Loren y Charlon Heston en la película El Cid.
A Baldessari lo habíamos conocido esa mañana explicando su fuente a un grupo de curiosos y acabamos yendo a su casa taller de La Aldea, donde nos presentó a su familia, nos invitó a chacolí y nos regaló una botella de vino que acabo de abrir hace un rato, mientras la espero. Tal vez fuera el chacolí el que nos abrió los ojos y nos devolvió al amor. Por alguna razón, aquel viaje a Frías nos reconcilió. Le envío mi testimonio para que lo publique si lo considera oportuno en su sección.
Los lectores viajan por el norte de Burgos. Lamento haberme pasado de las líneas establecidas, pero se lo reporto completo de información porque creo que nuestra experiencia puede interesar a otras muchas parejas.
Ya llega Leonor, ahora nos besaremos y brindaremos con chacolí de Frías.
Crónica de las Merindades
Enero 2.012
Fernando F. Peña
Fotografía: Álex Bergado